La administración peruana de sitios icónicos como Machu
Picchu puede inspirarse en los modelos de México y Chile, que destacan por
sistemas digitales integrados, conectividad fluida y alianzas público-privadas,
impulsando la recuperación del sector turístico hacia niveles pre pandémicos.
La gestión de Machu Picchu en Perú enfrenta desafíos
crónicos, como fallas en la venta online, sobreventa y falta de control de
aforos, que afectan a miles de turistas. En 2024, el sitio recibió
aproximadamente 1.4 millones de visitantes, superando los 950 mil de 2023, pero
aún por debajo de los 1.58 millones de 2019, según datos del Ministerio de
Cultura. Esta recuperación parcial se ve obstaculizada por problemas de
conectividad aérea limitada en Cusco, y la dependencia de trenes y buses no
siempre sincronizados, lo que genera incertidumbre para los viajeros. Sin
embargo, países vecinos como México y Chile ofrecen modelos exitosos que
combinan eficiencia en ventas, infraestructura robusta e inversión privada,
fomentando un turismo sostenible y de alto valor.
El caso
mexicano: gestión eficiente de entradas y conectividad
Chichén Itzá, una de las ciudades más importantes y
emblemáticas de la cultura maya, situada en la península de Yucatán, en México,
es administrada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) del
país norteño. Si bien la venta de entradas a cargo de esta institución es
presencial, la gestión estatal permite que agencias turísticas y plataformas
digitales privadas —tipo Joinnus— ofrezcan la compra anticipada de tickets vía
online y sin perder el control de aforos. En 2024, este Patrimonio de la
Humanidad atrajo cerca de 2.24 millones de visitantes, similar a los 2.3
millones de 2019, generando ingresos superiores a los 88 millones de USD, parte
de los cuales se reinvierten en conservación y comunidades locales, según datos
económicos. Las entradas cuestan alrededor de 755 pesos mexicanos (unos 40 USD)
y con descuentos para nacionales. Otro ejemplo es Teotihuacán, el segundo sitio
más visitado, con un modelo similar de taquillas digitales y paquetes que
incluyen guías.
Por otro lado, la conectividad es un punto fuerte: el
Aeropuerto Internacional de Cancún, que recibió más de 30.4 millones de
turistas el año pasado, ha sido complementado por el nuevo Tren Maya, que
conecta Chichén Itzá con Valladolid y Mérida en menos de dos horas, facilitando
el flujo turístico. Carreteras modernas y transporte público eficiente, como
buses ADO, mejoran aún más la accesibilidad. La inversión privada también es
clave: hoteles de lujo en zonas cercanas y servicios turísticos (tours
privados, restaurantes) generan empleo y promueven negocios locales. En 2024,
México superó sus niveles prepandémicos con un 7.4% más en ingresos turísticos
(33 mil millones USD totales), aunque enfrenta retos como costos altos de
transporte.
El escenario
chileno: eficiencia, planificación y participación privada
Chile presenta un enfoque de integración público-privada
en el Parque Nacional Torres del Paine —reconocido por la Unesco como Reserva
de la Biósfera—, gestionado por la Corporación Nacional Forestal (CONAF) con
operadores privados vía la plataforma aspticket.cl, que ofrece ventas
anticipadas y control estricto de aforos para proteger el ecosistema. El
ticket, además, es nominal e intransferible, asociado a un documento de
identidad. Una medida drástica que acaba con la especulación. En 2024, los
medios locales informaron que el parque recibió alrededor de 367 mil
visitantes, un 20 % más que en 2019, con entradas de unos 49 USD para
extranjeros. Otro sitio emblemático es Rapa Nui (Isla de Pascua), administrado
por la comunidad Ma’u Henua, también con tickets online que limitan visitas
diarias para mantener la sostenibilidad.
La conectividad se da principalmente a través del
Aeropuerto Internacional de Punta Arenas, ubicado a dos horas de Puerto
Natales. Desde allí, existen buses y movilidades privadas hacia el parque. Para
Rapa Nui, hay vuelos directos desde Santiago. Además, hoteles de lujo y
carreteras pavimentadas facilitan el flujo. La inversión privada brilla en
lodges como Explora y Awasi en Torres del Paine, que ofrecen paquetes
all-inclusive y promueven comercio local (artesanías, guías). Chile recuperó el
97% de sus niveles prepandémicos en 2024, con 4.5 millones de visitantes a
nivel nacional similares a 2019, pero enfrenta desafíos como la inestabilidad
climática.
Una mirada para
replantear el modelo
Comparado con Perú, donde Machu Picchu depende de un
sistema fragmentado, México y Chile destacan por su integración digital y
reinversión. En conectividad, el Aeropuerto de Cusco maneja menos vuelos que
Cancún o Punta Arenas, y la vialidad es limitada, afectando la recuperación
económica de la ciudad inca (solo 3.26 millones de llegadas internacionales en
2024 vs. 4.4 millones en 2019). La inversión privada en Perú, como sucede con
hoteles de prestigio, es creciente pero menor y sin suficiente promoción local.
Los retos comunes incluyen altos costos pospandemia y escasez de mano de obra,
pero los peruanos también enfrentamos una alta inestabilidad política que
detiene el turismo.
Frente a estos ejemplos, la gestión peruana palidece. La
fragmentación operativa—donde el gobierno centraliza la decisión pero no la
ejecución— y la infraestructura vial y digital insuficiente impiden capturar el
valor total del turismo. El caos disuade a viajeros exigentes, daña la marca
Perú y pone en riesgo una industria que, antes de la pandemia, representaba
alrededor del 4% del PBI nacional y empleaba a más de 1.5 millones de personas.
Adoptar estos modelos podría elevar la experiencia y posicionar a Perú como un
destino premium.
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